martes, 28 de febrero de 2012

Érase una vez una California argentina

  Sí. Hubo un pequeño lapso en la historia que en California, hoy aquella mítica y glamorosa región de Estados Unidos, flameó la celeste y blanca de Belgrano avisando a quien le pertenecían esas tierras. ¿Su precursor? Hipólito “El Loco” Bouchard, un militar y marino francés de nacionalidad argentina que luchó a principios del siglo XIX al servicio de la causa patria, representando a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Gracias a “La Argentina”, la “Chacabuco” y la “Libertad”, algunas de las tantas fragatas que se destacaron y le sirvieron de transporte para la batalla, y en este caso para el desembarco de sus hombres en tierras estadounidenses (o españolas en aquellos tiempos), logró llevar a cabo sus hazañas en altamar con las que se ganó el respeto en varios puertos del mundo.
  "Una campaña de dos años dando la vuelta al mundo en medio de continuos trabajos y peligros, una navegación de diez o doce mil millas por los más remotos mares de la Tierra, en que se domina una sublevación, se sofoca un incendio a bordo, se impide el tráfico de esclavos en Madagascar, se derrota a piratas malayos en Macasar, se bloquea a Filipinas, anonadando su comercio y su marina de guerra, se domina parte de Oceanía imponiendo la ley, a sus más grandes reyes por la diplomacia o por la fuerza; en que se toma por asalto la capital de la Alta California, se derrama el espanto en las costas de México, se hace otro tanto en Centro América, se establecen bloqueos entre San Blas y Acapulco, se toma a viva fuerza el puerto de Realejo apresándose en este intervalo más de veinte piezas de artillería, rescatando un buque de guerra de la Nación y aprisionando o quemando como veinticinco buques enemigos…", resumió así Bartolomé Mitre, la obra del corsario Hipólito Bouchard. Entiéndase como “corsario” aquel navegante que, con un permiso concedido por su gobierno en una carta de patente de corso, se dedicaba a capturar y saquear el tráfico mercante de las naciones hostiles a aquella autoridad a la cual este súbdito ofrecía sus servicios. Bouchard, recomendado por el mismísimo General Don José de San Martín por su hambre de batalla y valentía, comenzó sus expediciones de corsario en 1815 junto a almirante Guillermo Brown. Fue en octubre del mismo año cuando bloquearon el puerto de El Callao y más tarde hundieron la fragata española Fuente Hermosa. El éxito brotaba a borbotones, pero lo mejor estaba por comenzar para este temerario marino francés con alma albiceleste.
  De barba larga, sombrero y saco largo de paño cual Jack Sparrow, a Hipólito Bouchard no le faltaba ni una condición para asemejarse a un verdadero pirata. Con la compañía de una tripulación multirracial (criollos, franceses, españoles y portugueses) y, al margen, diez gatos para combatir las ratas y pestes, Don Hipólito partió a Hawái, donde convenció al rey Kameha-Meha a firmar un tratado de reconocimiento de la Independencia Argentina, anunciada por el Congreso de Tucumán. Luego, éste equipó a Bouchard con casi 80 marinos y le devolvió al “El Loco” algo que le habían robado y que venía a buscar: la fragata Chacabuco. Días más tarde, con aquella embarcación y algunas otras surcó el oceáno Pacífico para llegar el 22 de julio de 1818 a California.
   Ya en aguas pertenecientes a la costa oeste de lo que hoy es Estados Unidos, la fragata Chacabuco tuvo que ser remolcada para no quedar  al alcance de las municiones lanzadas por españoles desde la orilla. Una vez realizado este trabajo por la tropa, Bouchard, desde otra fragata (la “Libertad”), envió a la Chacabuco al capitán Sheppard junto a un grupo de 200 hombres y una bandera estadounidense enarbolada para despistar. La embarcación ancló a las 12 de la noche, pero debido al extremo agotamiento de los hombres por el remolcado del navío, se determinó no atacar en ese momento. Sheppard, con la luz de la primera mañana, advirtió sobre la extrema cercanía a las costas y su peligrosidad a merced de las tropas coloniales. El capitán inició el fuego pera ya era demasiado tarde. Los enemigos harían lo suyo desde la playa y tras 20 minutos de combate la Chacabuco se rindió. La sangre derramada en cubierta era mucha pero Bouchard no se rendiría y trazaría su plan a unas millas del desastre. Al ver que los españoles no eligieron apoderarse de la embarcación debido a que carecían de flotas, el capitán franco-argentino, luego de rescatar a los sobrevivientes, ordenó levar anclas y entrar en acción en la madrugada del 24 de noviembre. Por medio de un desembarco de botes en las costas enemigas, él y sus hombres se trenzaron en un duro combate con las colonias allí instaladas, que no harían otra cosa que lamentarse de su impotencia ante semejante ataque. Bouchard había ganado otra batalla que tendría un condimento especial: en el mismísimo suelo de Monterrey, capital de California, el capitán izó la bandera argentina para hacerse dueño del territorio por al menos una semana. California era ahora oficialmente argentina.
  En aquellos días, los argentinos quemaron el fuerte, los cuarteles, la vivienda del gobernador  y las casas de los españoles con sus bienes, para transformar la Nochebuena de 1818 en un verdadero infierno. Sólo dejaron sin efecto del fuego a las iglesias y, especialmente, a las viviendas de los nativos, porque, estaba claro, Bouchard respetaba a rajatabla a la población de origen americano. Compleja tarea sería averiguar cómo hizo la diferencia en la vorágine de aquel violento asalto.
  Días más tarde, el corsario rioplatense ordenó llevar unas cuantas piezas de artillería de bronce y plata que tomó de un granero para presentar en su llegada a Buenos Aires. España preveía un ataque de esta magnitud, por lo que el oro ya había sido retirado de aquellas latitudes. Sólo quedaba como botín una gran cantidad de licores. La comida y las bebidas duraron hasta el 29 de aquel mes de noviembre, cuando las tropas patriotas del Río de la Plata repararon la Chacabuco, levaron las anclas de las fragatas y se marcharon con la tripulación en un importante estado de embriaguez. Luego de aquella partida, España recuperó California nuevamente.
  Aunque el primordial objetivo de Bouchard era expulsar a los españoles de aquellas tierras, este valiente marino nunca se imaginó que muchos años más tarde California se transformaría en el estado más poblado de los Estados Unidos y uno de los más influyentes del planeta. Actualmente, en aquella región, más precisamente en el muelle de la ciudad de Santa Bárbara, flamean sin cesar las banderas de las naciones que alguna vez ocuparon aquel estado. Entre algunas de ellas se encuentran la de España, Rusia, México, Estados Unidos y, por supuesto, la de Argentina. Dice el historiador Felipe Pigna:La casi totalidad de los países de Centroamérica que se irán constituyendo diseñarán sus banderas basándose en la celeste y blanca creada por Belgrano, exhibida con orgullo a lo alto de las naves de Bouchard".
  Luego de quedarse con cuatro buques cargados con añil y cacao en Nicaragua, Bouchard llega a Chile donde, para su sorpresa, lo espera la cárcel por cargos de piratería, insubordinación y crueldad con los prisioneros capturados. Sólo cinco meses iba a estar en prisión para posteriormente quedar en libertad y poner sus granaderos y sus barcos a disposición de San Martín. Con varios años sobre sus espaldas, viviendo solo y debilitado en el Perú, y mortificado por sus dos hijas que apenas había podido conocer, decide fundar un ingenio azucarero. El final de su historia llegaría cuando en un confuso episodio el 4 de enero de 1837, uno de sus peones harto de los malos tratos, lo asesinó de un navajazo.
  Paradójicamente, hoy la Constitución argentina sigue autorizando al Congreso a otorgar los permisos correspondientes para realizar dichas prácticas corsarias marítimas. “Conceder patentes de corso y de represalias, y establecer reglamentos para las presas” (art. 67, inc. 22).

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