martes, 21 de febrero de 2012

El número de años corresponde a un abonado en servicio

  El humorista Tangalanga (Julio de Rizzio) cumplió 95 y afirma que a esa edad lo peor pasó y ya nada lo puede detener. Aunque hoy sus problemas en las piernas sean un impedimento para su movilidad, cree que sus shows -¡que sigue haciendo!- son su cable a tierra y la única fórmula para estar a un lustro del siglo de vida. “Las gambas no me responderán, pero el escenario me cura de todo”, dice.
  Sábado, mediodía, Corrientes al 1300, primeros calores de noviembre, un puñado de fans -post 30- transpirados que se agolpan en silencio a la espera de su máximo ídolo en la puerta de la prehistórica pizzería Güerrín. El objetivo: homenajear en el día de su cumpleaños al bromista e insultador telefónico por excelencia, Julio de Rizzio, más conocido como el Doctor Tangalanga.
  Un inocente abuelo que se acerca lentamente en su silla de ruedas anuncia los primeros gritos y aplausos de la muchachada de remeras con inscripciones con copyright Tangalanga tales como: “Metétela en el orrrto” o “Te ganaste dos medallas: una por boludo y la otra por si la perdés”. Nada hace parecer que aquel anciano de sonrisa bonachona sea el terror de los chinos dueños de supermercados o los vendedores de autos en mal estado. Roberto, su ayudante y amigo inseparable de años, estaciona la silla a un costado para el deleite de los fanáticos que se acercan con cámaras fotográficas, viejos cassettes que esperan ser autografiados y hasta ¡un libro del mismo Tangalanga! “Perdón, ¿quién es?”, le pregunta a Roberto una señora que pasa por la pizzería; pero antes de que pueda emitir palabra, el Doctor se le adelanta con la lucidez que lo caracteriza: “Pero… ¿no me conoce, señora? Soy el Doctor Tangalanga. ¿Acaso nunca la llamé?” Los fans ríen demasiado y uno de ellos despega de un poste un pequeño afiche que publicita a una vidente que asegura unir parejas y romper maleficios. “Tome doctor, para que la llame en el show de mañana”.
  La entrada del Doctor a la pizzería es memorable y, si se quiere, hasta morbosa y bizarra. El uso de la silla de ruedas a tracción a sangre de Roberto, la escolta de sus seguidores freaks que aplauden al son de un ensordecedor “que los cumplas feliz, Doctor”, los comensales que miran atónitos la llegada de un nonagenario que parece ser famoso, y un Tangalanga que, alejado totalmente de la timidez, levanta los brazos a lo Perón: condimentos que convierten todo en una situación monárquica, casi papal.
  Luego, el fuerte olor a aceite de las pizzas y la espuma de la cerveza que rebalsa el chop hasta mojar la mesa, anularán toda experiencia elitista y real. Es que así se maneja Julio, convencido de que sigue agotando entradas por este tipo de reuniones simples y sencillas con sus fans, o por quedarse hasta dos horas después de sus presentaciones para firmar autógrafos y sacarse fotos. “Sigo llenando las salas porque soy un tipo común, que se da mucho con la gente. Hoy vinieron algunos pibes que hicieron muchos kilómetros para estar acá comiendo una pizza conmigo. Lo menos que puedo hacer es compartir unas anécdotas con ellos”. Y cuando dice “muchos kilómetros”, no se equivoca: hay fans de Chile y Uruguay que viajaron especialmente para esta ocasión. Es el caso de Germán y su novia, de Montevideo, que mandaron un mail a la página web oficial para preguntar si podían asistir al cumpleaños del Doctor. “Es la primera vez que vengo a Argentina en mis 34 años. Y sólo fue por él, que me hizo cagar de risa siempre”, dice el charrúa con una remera del club de fans uruguayo de Tangalanga que, por cierto, cuenta con siete integrantes.
  De Rizzio trabajó 24 años en Odol y 34 en Palmolive, como ejecutivo de cuenta. Pero lo más interesante comenzó en 1964, cuando Julio llamó a un veterinario para intimidarlo por haber querido estafar a un amigo suyo que padecía una enfermedad terminal. Ese llamado sería el principio de una trayectoria de bromas telefónicas que recién en los ’80 -cuando grabó más de un centenar de llamados en su cama a raíz de una hepatitis que le duró 70 días- se difundiría a un público muy reducido -desde el boca en boca- por medio de cassettes. Luego, llevaría sus dones a teatros, a reuniones privadas y, mucho más tarde, a la radio, a la TV y a internet, donde ya no sería ese humorista de nicho que supo ser. Sin embargo, el humor de Tangalanga está lejos de ser masivo y, a veces, es un tanto menospreciado por el ambiente humorístico nacional. “Nunca me homenajearon”, comenta sin consternación. Y agrega: “Yo conozco a Nito Artaza, a Beto César, pero ni todo ese ámbito al que pertenecen ellos ni el Gobierno me rindieron alguna vez homenaje por mi trayectoria, que no es moco de pavo. ¡Treinta y pico de años desde el primer llamado! ¿Cuántos humoristas quedan hoy así? Creo que ninguno. ¿Sabés quiénes son los únicos que me hicieron un homenaje?”

-¿Quiénes?

-Luis Alberto Spinetta y Ricardo Mollo, en un show mío cuando cumplí 90 años.

-Claro, Spinetta es un gran fan tuyo, ¿no?

-¡Qué te parece! Mirá, hasta creo que tiene todos mis discos. Lo hago divertir mucho. Una vez le regalé a la hija por su cumpleaños una cajita musical que adentro tenía una carta que decía: “Esto es música, y no la mierda que hace tu papá”. Luego, Spinetta me mandó una carta de agradecimiento que decía: “A vos solo se te puede ocurrir algo así”.

-¿Quién te hace divertir a vos?

-Hoy… nadie. El único que me hizo reír mucho, pero mucho, fue Juan Verdaguer. Yo lo fui a ver en su último show y se olvidaba los chistes. Tuvo que dejar y al poquito tiempo falleció. Para mí que se murió de tristeza. Necesitaba seguir.

-¿Mirás tele?

-¡Muchísimo! Mis hijos me regalaron un aparato de 42 pulgadas y me ayuda mucho a pasar el día. Tené en cuenta que hoy ya no puedo caminar, así que no puedo hacer tanto. Me gusta mucho ese que hace Bendita… ¿Cómo se llama?

-¿Beto Casella?

-¡Sí!, ese. Mirá, ayer por radio Casella me dijo que fue el primero que me hizo un reportaje. Orgulloso, me lo dijo.

-Viajaste por unos cuantos países de Latinoamérica para mostrar tu humor. ¿Cómo fue el recibimiento?

-¿Para mí? ¡Un recibimiento de maravilla! ¿Para mí humor? ¡Un recibimiento de mierda! El tema es que algunos países no están acostumbrados al humor argentino. Obviamente, no se ríen de nuestras mismas cosas. Aquí las malas palabras se usan mucho, casi como un salvavidas cuando la risa no llega. En México o en Colombia, cuando lo quise hacer, el auditorio quedó en silencio. Quizá donde hubiera funcionado muy bien es en España, pero ya estoy muy grande para viajar.
  Tangalanga fue íntimo amigo de Tato Bores, quien no podía entender cómo De Rizzio podía hacer los llamados sin libreto alguno.

-¿Cómo fue tu relación con Tato?

-A Mauricio lo conocí cuando él no tenía un mango. Un día me pidió prestado diez pesos. ¿Me creés si te digo que me los devolvió en tres pagos?

-Pero luego él fue quien te invitó a la tele…

-Sí, es verdad. Fue muy divertido. Estuve contando algunos chistes en una emisión con Tato, Enrique Pinti y Jorge Guinzburg. Un lujo. Tato después me pedía chistes para contar en su programa. Pero, ¿querés que te diga una cosa?

-Sí.

-Tato era un desastre contando mis chistes. Se los olvidaba, les cambiaba el final, los contaba como quería, quedaban para el ojete. Es que Tato era un animal de libreto político, más comprometido, no tenía ritmo para contar un chiste.

   A sus 95 años, el Doctor Tangalanga afirma haberle perdido el miedo a todo, aunque puede haber excepciones. “Es que la edad te va curtiendo, y te va relajando, hasta un punto que no te importan mucho las cosas y ya no te hacés problema por nada. Se te va el temor”, dice Julio, de camisa bordó, chaleco y pantalón al tono y con una gorra en su cabeza pelada con la leyenda “Dr. Tangalanga”. La misma, que, paradójicamente, usa para disimular su identidad de algún posible vengador de sus bromas.

-Decís que no le tenés miedo a nada pero la gorra la seguís usando para ocultar parcialmente tu rostro…

-La gorra la uso ya casi de costumbre, como una marca distintiva del personaje, aunque a veces ya no tenga ganas de ponérmela. Igual, siempre hay un tipo sin humor que puede hacer una locura por algún llamadito que le hice. Así que mejor seguir usándola… Nunca me pasó, pero por las dudas, viste.   

   De Rizzio sostiene haber aprendido a desconfiar de todo. Es un escéptico de las esferas políticas, pero tiene una interesante observación que, indirectamente, lo hace crédulo en una idea de poder: “No tengo ninguna orientación política. A mí me gusta la libertad. Todo lo que permita que yo lea y me entere de lo que quiera, ese será mi partido al que yo le rinda mi tiempo”, dice con el dedo en alto, dando cátedra.

-¿Cómo estás de salud?

-¡Como el orto! No, mirá, ayer un tipo me dice: “Estás igual que hace 20 años”. “Gracias”. “¿Gracias? A la miseria estás”. Igual, te digo, las gambas no me responderán, pero el escenario me cura de todo.
-Llegaste a la radio, a la TV, a internet, viajaste por casi toda América Latina, vendiste infinidad de discos, te burlaste de un ex presidente, sacaste tu libro de llamados, seguís llenando La Trastienda en cada una tus presentaciones y llegaste a los 95 años. ¿Qué te queda por cumplir?

-Y… te podrás imaginar que a los 95 pirulos no tengo mucho por hacer ya. Pero, quizá, me gustaría cumplir más años. Si sigo haciendo shows, a los 100 voy a llegar. Vivo o muerto.


El Doctor, en acción:
http://www.youtube.com/watch?v=iIVaaan8hLw&feature=related

2 comentarios:

  1. jajajaja que buena nota. que groso este chabón. Tengo varios cassettes y me sigo cagando de risa.

    Leo

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  2. Este viejo es inmortal

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ente